El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, confirmó esta madrugada que las Fuerzas Armadas estadounidenses llevaron a cabo un ataque aéreo coordinado contra tres de las principales instalaciones nucleares de Irán: Fordow, Natanz e Isfahán. La operación, ejecutada con bombarderos estratégicos y misiles de alta precisión, representa un giro decisivo en la crisis regional que involucra a Israel y la República Islámica.
Según el propio mandatario, el objetivo principal fue “interrumpir de forma contundente y prolongada la capacidad nuclear del régimen iraní”. Las palabras llegaron pocas horas después de que se reportaran explosiones en las cercanías de las plantas nucleares, lo que fue parcialmente reconocido por medios estatales iraníes.
“Hemos completado con éxito total el ataque. Todos nuestros aviones regresan sanos y salvos. Ahora es el momento de la paz”, escribió Trump en un mensaje publicado en sus redes oficiales.
Las instalaciones atacadas son clave en el programa nuclear iraní. Fordow, una planta excavada a cientos de metros bajo tierra cerca de Qom, se considera una de las más protegidas del mundo. Natanz, en tanto, es el principal centro de enriquecimiento de uranio, mientras que en Isfahán se encuentra el complejo donde el uranio natural es convertido en gas para alimentar las centrifugadoras.
Funcionarios estadounidenses estiman que los bombardeos podrían retrasar el programa atómico de Irán entre cinco y siete años. Sin embargo, la magnitud exacta de los daños aún no ha sido confirmada oficialmente por Teherán, que se limitó a informar que “las defensas aéreas fueron activadas ante objetivos hostiles”.
La ofensiva se produce luego de una semana de máxima tensión en Medio Oriente. Israel había advertido que actuaría ante cualquier intento iraní de avanzar con su programa nuclear, y había solicitado a Washington apoyo directo en operaciones específicas. Con esta acción, Estados Unidos deja atrás su posición de contención y se convierte en actor activo en la escalada militar.
Desde Irán, las primeras reacciones oficiales apuntaron contra la intervención estadounidense. El Ministerio de Asuntos Exteriores calificó el ataque como “una agresión directa” y advirtió que “habrá consecuencias regionales imprevisibles”. Fuentes militares en Teherán señalaron que el Consejo Supremo de Seguridad se encuentra en sesión permanente y que el país evalúa “una respuesta proporcional y decisiva”.
En paralelo, se registraron movilizaciones en varias ciudades iraníes, mientras que en Washington y Tel Aviv las autoridades extremaron las medidas de seguridad. En las Naciones Unidas, una reunión de urgencia fue solicitada por varios países no alineados, que temen una desestabilización más profunda en la región.
El Pentágono, por su parte, aseguró que no hubo bajas entre las fuerzas estadounidenses y que el operativo se ejecutó “con precisión quirúrgica para evitar víctimas civiles”. Agregó que la acción no implicará una presencia permanente en suelo iraní y que Estados Unidos “no busca una guerra abierta”.
No obstante, la situación regional continúa siendo volátil. Con los principales centros nucleares iraníes bajo fuego y el involucramiento directo de Washington, el conflicto adquiere una dimensión global, mientras las cancillerías del mundo urgen a evitar una escalada mayor.